LiBRO (Reflexiones paratextuales sobre cultura, comunicación y diseño) es el primer libro escrito por Felipe Ibáñez y el primer título de la prestigiosa y prolífica editorial de diseño Wolkowicz Editores, que lo publica en 2010, para Argentina y Latinoamérica. En 2019 la revista Experimenta lo reedita para España con su sello Experimenta Libros.
Este libro habla desde el diseño sobre el mundo en que nos encontramos y encontraremos, lo que lo hace sorprendentemente vigente en cualquier época y adelantado a lo que nos va aconteciendo. Ha sido diseñado por el autor, quien para entonces había diseñado y editado gráficamente más de 40 libros.
Su prólogo fue escrito por el gran maestro Yves Zimmermann y contó con colaboradores relevantes como la calígrafa Betina Naab, el fotógrafo Ramiro Larraín y el mismo Daniel Wolkowicz.
Ha sido presentado mediante mesas redondas, conferencias, performances y clases magistrales en Buenos Aires (en el mítico Nobrand), Barcelona, Madrid, Santiago de Chile, Rosario, Neuquén y Jujuy, con invitados como Mario Eskenazi, Fernando Larraín, Pedro Blázquez, Gustavo Stecher, Hernán Berdichevsky, Istvansch, Juan Pablo Cambariere, Julio Ferro y Daniel Wolkowicz, entre otros.
Se han realizado firmas de ejemplares, lecturas participativas y actualizaciones del libro en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, el Museo Reina Sofía, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona la Universidad de Buenos Aires. la Universidad Nacional de Rosario, la Universidad Nacional del Comahue, el CEPEC de Rosario y la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile.
Extracto del prólogo de Yves Zimmermann:
Felipe Ibáñez es diseñador gráfico. Y ha escrito este libro. Afirmar semejante obviedad sólo es para señalar otra: los diseñadores gráficos tienen poca o nula relación con la lectura, con la palabra y menos aún con la escritura. Naturalmente que los hay que han escrito libros sobre temas relacionados con el diseño, y muy interesantes y pedagógicos; lo que aquí se quiere decir es que la gran masa de estudiantes de diseño y de diseñadores profesionales no lee, al menos literatura profesional. Esta no es una afirmación gratuita. Si se comparan los decenas de miles de estudiantes de diseño que se «producen» cada año en las universidades de España, Argentina, México, Centro- y Sudamérica, más los diseñadores profesionales que hay en todo el mundo hispano-parlante, con el ridículo número de ejemplares de libros profesionales que se venden, semejante afirmación puede perfectamente sostenerse y no es exagerada.
Ahora bien, este libro de Felipe Ibáñez no es un libro sobre diseño en el sentido de ser un libro profesional, que discurre exclusivamente sobre asuntos relacionados con el diseño y su ejercicio. A lo largo de estas páginas, el autor, armado con una mirada creativamente crítica y con un afilado a la vez que contundente verbo, se sale fuera del ámbito estricto del diseño en bastantes de sus reflexiones para indagar en temas y ámbitos que, aparentemente, nada tienen que ver con éste. Y su mirada crítica siempre encuentra falsas apariencias contra las que disparar sus afiladas palabras, contra aspectos de la realidad o asuntos relativos al bien común, que merecen, efectivamente, que se dispare contra ellos. Y dispara, no por afán de destrucción ni por una particular afición a las armas, sino, apoyado en una rigurosa posición ética, quiere descubrir, revelar lo que yace debajo de las apariencias engañadoras. Y a menudo en sus excursiones es capaz de retrotraer una u otra de sus reflexiones para verlas desde la perspectiva del diseño. Y si bien escribe juntando palabras como quien pone cartuchos en su rifle o pistola, éstas no carecen nunca de ironía, humor y de poesía.
Dice el autor que no escribe para enseñar, sino para aprender. Esto es un buen punto de partida para escribir; un buen método para conseguir una buena meta. Escribir afila el pensamiento, clarifica lo que se observa. En cierta manera, escribir es pensar. Ojalá hubiera más diseñadores que quisieran aprender así. Escribir para aprender lo que no se sabe. Un caminar de y con palabras para descubrir territorios que sólo se pueden explorar con ellas para y hacerse comprensible lo que se percibe. Hay que decir, de todos modos, que cuando lo caminado con las palabras ha producido un conocimiento sobre lo que se buscaba, y que lo escrito-aprendido se hace público, como es aquí el caso, inevitablemente esto aprendido se convierte en (posible) enseñanza para otro, para un lector, pese a que no fuera este el propósito del autor. Aún más es así cuando, por propia necesidad esclarecedora, hace un pormenorizado análisis en su escritura de lo que es metodología o síntesis en el diseño, este aprendiz, al hacer público lo aprendido, se convierte necesariamente en enseñante.
Los temas que aborda Felipe en sus excursiones verbales fuera del ámbito profesional, son muy variados. Como autor que cuida y afila el habla, la palabra, elogia lógicamente el libro, el soporte de la palabra escrita, soporte para la transmisión del pasado, del conocimiento humano, pieza básica con la que se construye el edificio de la Cultura. Esta voz del autor, que se va forjando escribiendo, se eleva y se hace acérrima defensora de la palabra, por lo que dispara en sus escritos verbos con certeza contra todo que la amenaza, que la degrada, que la torna en mentira. La televisión, esta productora de basura cotidiana, perfecto instrumento de cretinización social, es una de las grandes amenazas a la palabra y es obviamente diana de sus disparos verbales. Quien comparte este criterio tiene que compartir necesariamente la crítica que hace el autor a este medio. Uno se sorprende todavía de leer cartas al director de un periódico u otro, quejándose de los programas-basura en la televisión. ¿Acaso puede ésta ser otra cosa? ¿No le dan las multimillionarias audiencias la razón a su programada basura? Estos programas siempre tienen su lenguaje correspondiente y que se transmite e infecta a la audiencia que lo asume como propio, como «lo normal.» La confusión de las palabras, su mal uso, por no hablar de los profesores de universidad, incapaces de escribir un texto sin faltas, son moneda común hoy en día. Decididamente, la analfabetización hace grandes progresos. Así, por ejemplo, hace unos años se podía leer un titular en una de las páginas de un periódico: «Camilo José Cela fue embestido premio Nobel de literatura.» El artículo explicaba que fue una frase escrita por un chaval de 14 años. No había leído un sólo libro en su vida y él y sus padres sólo veían televisión.(…)
La propia profesión también es diana de su crítica mirada. Uno de los aspectos al que la dirige, y que siempre flota en torno a cualquier discurrir sobre el diseño y su ejercicio, es la relación que muchos quieren establecer, o que creen que existe, entre éste y el arte. O sea, ser diseñador sería ser artista, según ellos. Uno se pregunta, cuántos jóvenes deciden estudiar diseño precisamente por esto, una profesión concebida como «fácil» en la que uno puede expresar «su talento artístico» y, sobre todo, es, piensan, una profesión donde «no hay que pensar mucho.» Creer esto es engañarse a sí mismo y el autor lo deja muy claro. En este sentido coincide plenamente en su afirmación, que ambas actividades no son comparables, con los autores-diseñadores del libro «Arte¿?Diseño,» (Colección GG Diseño, Editorial Gustavo Gili, Barcelona) que, precisamente, hacen idéntica reflexión cada uno sobre esta «eterna» cuestión del diseño.
Para un lector crítico, el libro de Felipe Ibáñez es atractivo por los ámbitos que abarcan sus excursiones críticas y el buen nivel intelectual de sus discursos. No tiene una única voz para todos los escritos que constituyen este libro. Ensaya diversos estilos de narración, a veces escribe normal, mayúsculas donde hay que ponerlas, a veces todo en minúsculas y alguna vez como escribiría un semi-analfabeto. Y sus reflexiones no están compuestas siempre con el mismo tipo de letra como suele ser el caso en todos los libros. El diseñador hecho escribidor vuelve a tener ojo de diseñador cuando contempla su escrito como hecho visual, y al ser él el padre de su criatura le otorga la tipografía que a él le parece ser la más adecuada para transmitir al lector una dimensión adicional, visual-emocional, diría, a lo que dicen y evocan las palabras.
Para un diseñador tiene, además, interés el libro como objeto, por su interesante concepción de las páginas que albergan sus discursos. La separación entre ellos es siempre una imagen, pero cuando son varias consecutivas las que separan un texto de otro, se convierten ellas mismas en discurso, en un relato que cada lector interpretarás a su manera.
Este libro es, así, una suerte de obra total, contenedor y contenido son obra de la misma mente. El decir y la forma del decir adquieren en cada discurso una singular y potente unidad.
Me alegro que semejante libro se publique y ojalá que esta voz singular de Felipe Ibáñez despierte e incite a otros diseñadores de su misma generación a emprender este mismo camino del aprendizaje mediante la escritura.