Hace unos 1200 años el artesano que construía instrumentos musicales era llamado Hacedor de instrumentos, una profesión que se consideraba afín a las de tañedor de instrumentos y maestro de danza.
En el siglo XVI en España, esa profesión no se considera oficial, se le conoce como violero y guitarrero, posteriormente como lutero por asociación al luth o laúd, que era el instrumento más popular.
A comienzos del siglo XVII, entre los años 1614 y 1620, el alemán Michael Praetorius (1571-1621), publica Syntagma Musicum, tratado sobre música e instrumentos musicales, una importante fuente de referencia sobre organología y fabricación de instrumentos.
Más cerca de nuestro tiempo.
Con el advenimiento de la producción industrial de guitarras, en el siglo XX, la fabricación artesanal de este instrumento perdió su hegemonía y solo los grandes instrumentistas clásicos (y algunos músicos populares) elegían las guitarras producidas por un luthier.
Pero en las últimas décadas, la luthería se ha popularizado en un tiempo que parece revalorizar los oficios artesanales y el arte en la producción de objetos, como contrapeso de la frialdad y calidad mediocre de los productos standarizados. La diferencia entre una guitarra de fabricación industrial y una artesanal, tallada a mano, con maderas bien estacionadas, comienza a popularizarse.
La guitarra es más que un instrumento musical.
Para muchos de nosotros, además de ser un instrumento para la expresión de una sensibilidad musical, la guitarra se ha convertido en un fetiche. Un ente poderoso que posee cualidades mágicas, que transforma nuestro universo, nuestro entorno y nos brinda un placer por la contemplación misma de la obra.
Sergio Raffaelli es un gran músico y guitarrista de jazz nacido en la ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires (Argentina) y también considerada como la Capital del Rock por la cantidad de bandas en función de su cantidad de población, pero también por la calidad de los músicos que protagonizan este movimiento cultural.
Escapa a mi comprensión las categorías en las que Raffaelli clasifica y percibe a este instrumento, pero está claro que ha dedicado toda su vida, intensa y seriamente a aprender y enseñar a tocar la guitarra. Comenzando también muy joven a restaurar, mantener y transformar artesanalmente sus propias guitarras, para luego comenzar a fabricar íntegramente modelos de guitarras variados y de alta calidad.
Durante los primeros años de la década de 1990 yo tuve la suerte de ser su alumno de guitarra jazz y entonces conocí algunos de sus primeros experimentos, que ya eran deslumbrantes y basados siembre en ideas funcionales como estéticas.
Aquí podemos ver algunas de las guitarras que ha producido en sus primeras etapas como luthier, cuando su marca aún no estaba establecida como lo está ahora.
Relevando su trabajo anterior notamos un salto en firme con la creación de «LA BRUJA» su primer modelo exclusivo, una guitarra Archtop de 15″ con o sin micrófono (ya que suena acústica) para jazz. Este tiempo coincide con nuestro reencuentro (primero profesional y luego humano) cuando me encarga el diseño de su nueva marca. Un proyecto de profundidad artística.
Sobre la marca y su diseño
Por mi experiencia en el diseño para luthiers, que se basaba en el diseño de marca y comunicación visual para tres luthiers diferentes, en Francia, España y Argentina, ya había estudiado a fondo las necesidades del rubro y sus particularidades genéricas. También tenía ya bastante claro que la utilización del nombre propio del luthier es la constante universal, pues es el sello de garantía y la identificación con su autor. Se trata de productos de excelencia.
También es parte del código gráfico pertinente la utilización del lettering (muchas veces pobremente dibujado, por los mismos artesanos) que de distintas maneras evoca la firma del autor o la emula. Por este motivo propuse al maestro Raffaelli partir de su propia firma manuscrita como base de esta nueva marca.
Trabajar con un luthier es una experiencia muy enriquecedora porque muchas veces poseen una formación artística, un gusto refinado, una mirada entrenada y saben muy bien lo que es pertinente (y lo que no) a su materia, en cuanto a gráfica. Como es también el caso del gran luthier Wyatt Wilkie, para quien también he tenido la suerte de diseñar.
Además, es indispensable contemplar que el soporte sobre el que se aplicará la marca es una obra de arte (y de diseño) que protagoniza el conjunto y nunca debe ser “negado” por el signo gráfico sino que, fundamentalmente, debe subrayar la línea de una diversidad de instrumentos, con diversas morfologías y materialidades.
El signo gráfico de una guitarra debe ser la firma culminante de la obra. Sin él, el instrumento ya era perfecto, pero cuando se le aplica el logotipo y/o el isotipo se produce un proceso de puesta en valor de la unidad dentro de un universo de creación, se marca una constante que permite comprender toda la obra (todas las guitarras diseñadas y fabricadas por un mismo luthier) como un sistema. Y cada instrumento como parte del mismo. Produciéndose así un valor añadido (lo que llamamos branding) que se incrementa con cada nueva pieza producida.
Así, el proceso se realizó en un diálogo constante. Comenzando por un análisis grafológico de su signatura manuscrita (realmente particular) para crear una síntesis gráfica plausible de ser reproducida por distintos medios mecánicos.
La marca debía ser cortada mecánicamente en diversos materiales, sin perder su calidad gráfica. Es por eso que la simplificación de sus líneas y las características de su línea debían apoyar esta función primordial.
Y dado que el resultado (esperado de un logotipo basado en una firma realmente compleja y original) poseería un potencial de memorabilidad medio a bajo, tuve muy claro desde el principio que añadiría al juego identitario un elemento pregnante y simple, que jugaría el papel de isotipo, pero con la premisa de que remitiera directamente al logotipo, en un diálogo formal que potencie ambos signos identitarios.
El reconocimiento convencional de los caracteres en este logotipo se ha puesto en crisis con el fin de mantener una fidelidad con el rasgo más identitario de la firma de su autor (la letra “R”) y también con el objeto de aumentar la memorabilidad por medio de un fenómeno que considero muy valioso: lo que te cuesta trabajo te pertenece. Esto significa también que al decodificar uno o más signos cuya morfología sale de lo convencional, el proceso intelectual empleado requiere una atención que fija en la memoria el recurso gráfico y entonces también la marca.
El proceso llevó casi un año de refinamientos y sutilezas. Podría haberse hecho de otra manera (podría haber diseñado otro logotipo) pero adoptando este partido gráfico creo que difícilmente se podría haber logrado un mejor resultado que el que hoy firma cada una de las guitarras Raffaelli, en un sinfín de posibles combinaciones.
Desde entonces el crecimiento ha sido constante. Y ha creado nuevos modelos que son cada vez más deslumbrantes, fabricando (como es su costumbre) cada pieza constitutiva a mano o en forma artesanal dentro de su gran taller, el que también ha diseñado y construido él íntegramente en madera.
El proyecto de comunicación de Raffaelli Guitarras está apenas comenzando, pero cada acción es producida con el fin de crear valor agregado para los usuarios y potenciales adquisidores de una de sus guitarras. Poco a poco se consolida una forma de hacer, como base para la producción de contenidos y se descarta totalmente la publicidad masiva, como un gesto de coherencia con la calidad y cantidad de productos fabricados anualmente.
A medida que se progresa en este plan de acción, se trabaja en un diseño de producción de imagen fotográfica y videográfica que permita valorar cada vez mejor la calidad de los instrumentos aún a distancia.
Fotografías realizadas por el gran fotógrafo argentino Ramiro Larraín, del modelo La Bruja en algunas de sus variaciones.